Insultar de usted. Piénsenlo. Insultar
fuerte, con todo, en plan bestia, desatado por los demonios, poseído
de pura ira... pero de usted. Qué entrañable paradoja. Vejar
oralmente a alguien sin faltarle al respeto, atentamente. Disculpe,
pero me voy a cagar en su puta madre -permitidme el agravio
hipotético-. Notad como esta grave calumnia y amenaza de escarnio
fecal, un rudo improperio de solvencia contrastada, se encoje hasta
quedar reducido a desconcertante enojo, bienintencionado de algún
extraño modo. Funciona muy bien introducir un preámbulo al insulto,
una especie de salvoconducto del tipo “con el debido respeto”. Es
superútil, comprobadlo. Convierte cualquier exceso verbal en una
puta caricia.
Sostengo la teoría de que existe una
clase de humanos que pone la cortesía al servicio del desconcierto,
que lleva la consideración al absurdo con fines ocultos. Una estirpe
superior que cuenta con esta y muchas otras estrategias sofisticadas
como armas de uso cotidiano. En estas líneas quiero repasar algunas.
Creo que todas buscan generar confusión, como los bizcos y algunos
cojos. Son mecanismos de defensa-ataque perfeccionados a lo largo de
siglos y siglos de evolución humana. Técnicas de desasosiego